Por Jorge Raventos
Jorge Macri, el presidente del Pro bonaerense e intendente de Vicente López, se exasperó en público esta semana ante el desarrollo de la abierta puja por posiciones electorales que se viene ventilando tanto en su propio partido como en la coalición que lo contiene, Juntos por el Cambio. Esa cinchada, según él, “pone en riesgo que nos presentemos como un cachivache (…) estamos en el límite de hacer un papelón”.
No habría que escandalizarse ante el hecho de que por estos días los políticos ocupen buena parte de sus jornadas en la disputa por espacios de poder, sea enfrentando a divisas adversarias o compitiendo con cofrades, compañeros o correligionarios. Es cierto que la mayoría de los argentinos están concentrados en otras cuestiones (cuidar la salud propia y de sus seres queridos; conservar el empleo o buscar uno; parar la olla), pero es razonable que los políticos atiendan su juego -la lucha por el poder, el predominio electoral- particularmente en este tiempo, cuando se inicia la temporada caliente que culminará en los comicios generales del 14 de noviembre.
La carrera ya empieza
Dentro de apenas tres semanas -el 14 de julio- vence el plazo para oficializar ante la Justicia las alianzas y confederaciones que aspiran a competir en noviembre y dentro de un mes exacto -el 24 de julio- se oficializarán las nóminas de precandidatos que competirán en las primarias abiertas (PASO) del 12 de septiembre para agenciarse un lugar ventajoso en las listas “de verdad”, las de noviembre, las que distribuyen cargos efectivos.
Para llegar a la etapa decisiva hay que completar las anteriores: el que se queda afuera de las primarias pierde toda esperanza de estar en la boleta definitiva.
Por cierto, las distintas fuerzas invocan motivaciones excelsas para sostener su voluntad de triunfo y su derecho a gobernar, pero conviene recordar que para motorizar esas elevadas causas suele ser indispensable abrocharlas a anhelos individuales de los actores: se necesitan voluntades y aspiraciones personales, hay que movilizar recursos que tengan la expectativa de ser recompensados; hilvanar proyectos que alienten perspectivas de prosperidad. Y ante tantas voluntades contrapuestas, el arte de los conductores de los distintos espacios reside en alcanzar sus propios objetivos evitando que confrontaciones internas enconadas dañen al conjunto de sus respectivas fuerzas, ya que la gran batalla se libra en la elección general, a la que hay que llegar con la propia tropa motivada y unida.
Suele ocurrir que quienes se sienten más débiles en la pulseada interior descalifiquen la competencia y esgriman el discurso de la sensatez y el consenso. El presidente del Pro bonaerense se encontró en los últimos días ante una fuerte ofensiva sobre el distrito que él supervisa, conducida desde la Ciudad Autónoma, tendiente a imponer a Diego Santilli, el vicejefe de gobierno porteño, como cabeza de la lista opositora bonaerense del Pro en la elección de noviembre (y proyectándolo como candidato a la gobernación provincial en 2023). Lo que sorprendió a Jorge Macri no fue la operación diseñada desde la ciudad de Buenos Aires, que él conocía bien, sino el hecho de que el desembarco de Santilli (y de Horacio Rodríguez Larreta) en territorio provincial contara con el apoyo de la abrumadora mayoría de intendentes del Pro del distrito. Casa tomada.
El clima internista, protagonizado ante todo por el Pro, agita al conjunto de la coalición opositora, que esta semana congregó a su cúpula para ordenar las fuerzas, contener las disputas y amansar las pujas de liderazgo y la gran feria de voluntades desatadas que impulsa fuerzas centrífugas en un momento que, observado desde cierta perspectiva, luce auspicioso para la coalición.
La tarea no es sencilla, porque Juntos por el Cambio no tiene un liderazgo legitimado (algo con lo que de hecho contó mientras Mauricio Macri ejercía la presidencia del país) y tampoco tiene coincidencias ideológicas elaboradas: su soldadura principal reside en la confrontación con el kirchnerismo.
La oportunidad opositora
La reunión de esta semana sirvió, en principio, para confirmar orgullosamente la marca Juntos por el Cambio, tras sepultar la idea de volver a modificarla (recordemos que empezó llamándose Cambiemos). Aunque no pudo frenar en seco los tironeos, la coalición mostró su voluntad de moderarlos y de exhibir una proyección de futuro, algo que le viene reclamando el llamado “círculo rojo” (metáfora, que alude a los empresarios de mayor peso y a su habitual cortejo de operadores de opinión pública). En esos ámbitos existe la convicción de que:
a) la próxima elección tiene carácter decisivo, pues una victoria que permitiera al oficialismo consagrar su hegemonía en el Congreso abriría una etapa de fuertes convulsiones y de amenazas para el estado de derecho y el orden interno;
b) simultáneamente, la oposición tiene ante sí la oportunidad de impedir este año la consolidación de esa amenaza y la de triunfar en 2023. Pero esto requiere una conducción lúcida y capaz de evitar que los errores propios malogren esas chances.
La reunión de Juntos por el Cambio del último miércoles fue la expresión ampliada de una sucesión, breve pero intensa, de encuentros parciales entre sus líderes y una expresión pública muy elocuente destinada a dar una primera respuesta a aquellas inquietudes del círculo rojo.
A la ocasión la pintan calva
Las tensiones preexistentes no han sido zanjadas, pero las partes notifican que están dispuestas a buscar consensos o, al menos, a acordar formas constructivas de tramitar los desacuerdos. Algunas ausencias ilustran, entretanto, la sobrevivencia de cortocircuitos en el Pro y la dificultad en remediarlos.. Patricia Bullrich – que navega con bandera propia en la flota de Mauricio Macri- teme que las negociaciones y los llamados a la calma posterguen su ambición de encabezar este año la lista porteña de la coalición para picar más alto en 2023.
Otra ausente del miércoles, María Eugenia Vidal, ya dejó en claro que no aceptará la indicación de Mauricio Macri de competir en la provincia. Lo hará en la Capital, pero todavía discute con Horacio Rodríguez Larreta las cláusulas de su contrato y los compromisos para el futuro. ¿Cómo compaginará Larreta sus acuerdos con el radicalismo y con Martín Lousteau sin ser infiel a la ex gobernadora de la provincia?
En cualquier caso, el principal conflicto es el que enfrenta a Mauricio Macri con Rodríguez Larreta. Si bien se mira, la cuestión de fondo ya ha sido dirimida por la realidad: la figura de Macri fue dañada irreparablemente por la derrota electoral de 2019 y las encuestas -que no dejan de ratificar esa caída- lo muestran permanentemente con un saldo neto de opiniones negativas; Larreta, entretanto, goza de una imagen sólida (inclusive en bastiones del kirchnerismo,como el conurbano) y es el principal gobernante de la coalición opositora. El primero perdió su liderazgo tras la caída electoral en 2019 y el segundo está decidido a consolidar el propio, aunque todavía no ha consolidado esa operación, con la que espera llegar a la presidencia en 2023.
La insistencia de Macri en esa batalla, que podría darse por perdida, responde a la sospecha de que sin mantener viva la competencia, la tendencia de Larreta se traducirá en un paulatino distanciamiento de la gestión nacional macrista (notoriamente, muchos aspectos de esa gestión constituyen puntos vulnerables de quien sea el próximo candidato presidencial de la coalición opositora).
Por ese motivo, no está claro en qué pueden consistir los compromisos que apacigüen de fondo esas divergencias.
Macri también cree que su figura (y la de quienes, incluso con independencia, lo rodean, caso Patricia Bullrich) es indispensable para mantener unido y activo al público propio. Larreta no desprecia en modo alguno ese público (su conexión con Elisa Carrió es una prueba) pero considera que la forma en que Macri y los suyos lo cortejan es conflictiva a largo plazo para su visión de la gobernabilidad futura, que imagina un consenso con la mayoría del peronismo.
De esa tensión Macri-Larreta se deducen otras, en cierto sentido menores. El retorno de María Eugenia Vidal a la Ciudad Autónoma es un arma para taponar la arremetida de Patricia Bullrich, dispuesta a luchar por el distrito porteño; el pase de Diego Santilli a la provincia de Buenos Aires, la jugada de Larreta para tener una lanza propia en el conurbano.
El planeta Pro y la galaxia opositora
Hay otros conflictos. La interna del Pro molesta a los aliados de la coalición (tanto a radicales como a lilitos). El radicalismo considera que ha llegado el momento de pelear a campo abierto por un recuento de las costillas de la coalición: la UCR se considera el principal aparato partidario y con derecho a pujar por una mejor representación. El gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, sueña con una candidatura presidencial. En la Capital un protagonismo radical a través de la proyección de Martín Lousteau parece hasta ahora asegurada en armonía con Rodríguez Larreta.
La incorporación del neurocientífico Facundo Manes para luchar por una primacía radical en la provincia de Buenos Aires es otra muestra de esa decisión. Pero si con Manes la UCR se prepara a enfrentar en las PASO a Santilli, el candidato de Larreta, todavía no está claro que los radicales vayan a enfrentar a todo el Pro, ya que Jorge Macri -disgustado con el aterrizaje de Santilli- no descarta que pueda compartir boleta con Manes en una interna de la coalición. Sería una jugada original: la primaria de la coalición como ámbito para dirimir, junto con las candidaturas, una batalla interna del Pro. El voto macrista podría darle batalla a Larreta en la provincia a través de una boleta acordada con el radicalismo.
Concebir una operación de esa naturaleza (aunque por ahora sólo sea una conjetura o una amenaza) demuestra que el Pro se está convirtiendo en un partido político. Es paradójico: muchos de sus voceros principales rechazaban hasta hace algunos meses ese horizonte como expresión de “lo viejo”.
Oficialismo: vacuna contra la división
En el oficialismo abundan las fuerzas centrífugas, pero están contrarrestadas, a falta de una presión del círculo rojo, por el sentido de supervivencia: mientras no se vuelva imposible o demasiado costoso sostenerla, el peronismo privilegia la unidad. Sin unidad, las probabilidades de una derrota crecen vertiginosamente.
Dicho esto, lo que sobreviene es una dura negociación para que el costo de la unidad sea razonable. Los gobiernos siempre están en mejores condiciones de soportar esos costos: en el corto plazo pueden tener más monedas de cambio.
La voluntad de encontrar espacios de consenso quedó a la vista con la postergación del cambio de autoridades del justicialismo bonaerense. Máximo Kirchner postergó su deseo de transformarse inmediatamente en presidente del PJ y admitió la presión de Fernando Gray, intendente de Esteban Echeverría. Este, por su parte, sin abandonar su postura crítica, participó en el congreso partidario una semana atrás: que florezcan cien flores.
Los sindicatos, que supieron ser la columna vertebral del peronismo, tienen claras sus condiciones: convenios que no atrasen frente a la inflación y un régimen ordenado en las obras sociales. En las provincias (y en las intendencias) avanza un espíritu de unidad y vigilia: tras el resultado de la elección de noviembre llegará la hora de un primer balance y el dibujo de las perspectivas. El gobierno deberá encarar los problemas que ha venido desplazando hacia adelante.
Las tendencias centrífugas, en estos comicios se expresarán más bien en el electorado que en el seno de las organizaciones políticas justicialistas. Lo que revelan las encuestas es que ha crecido una actitud crítica entre votantes del Frente de Todos. Específicamente, entre sectores que votaron ilusionados por la posibilidad de que Alberto Fernández condujera sin la tutela de la señora de Kirchner. La sociología de estos sectores es clase media asalariada, profesionales o pequeños empresarios, que están entre quienes más padecieron las consecuencias de la pandemia.
La incógnita, que quizás empezará a despejarse con las PASO de septiembre, reside en saber si esos sectores buscarán una vía independiente para mostrar su creciente desapego (el peronismo republicano y el embrionario randazzismo se ofrecen para encarnarla) o si la crítica quedará aún encapsulada en esta elección y recién buscará un camino diferente en las presidenciales de 2023.
El oficialismo tratará de beneficiarse de la polarización y se esforzará por ejercer el relativo magnetismo de la unidad, apoyándose sobre cuatro pilares: el argumento de la pandemia como calamidad inesperada que supo afrontar; el aliento al consumo en los meses preelectorales (las consecuencias se pagan a plazos); la reactivación (rebote) de este año; el recuerdo constante de la herencia macrista (oposición de la oposición).
¿Serán suficientes tales armas para alcanzar ese triunfo que preocupa al círculo rojo?